miércoles, 12 de noviembre de 2008

Liderazgos confusos en una iglesia confundida

Cuando el Señor Jesucristo puso las bases sobre las cuales había de ser edificada SU IGLESIA, estableció su propio liderazgo como modelo que debía ser imitado por sus seguidores. Así fue como en los primeros siglos de la iglesia, los líderes de ella fueron fieles seguidores de Cristo y sumisos a los principios rectores dados en las Sagradas Escrituras. La Palabra de Dios era la que dirimía cualquier discusión respecto a los propósitos de la iglesia. La Palabra de Dios era la que regía sobre los líderes y la autoridad de éstos sólo era tal en la medida en que se sometían a las Escrituras. Esto lo expuso magistralmente el presbiteriano Samuel Rutherford en su libro “Lex Rex” (La Ley es Rey) en 1644, estableciendo básicamente que la ley, léase las Sagradas Escrituras, están por sobre los líderes humanos y estos han de someterse a ella. Lo que él hizo, no obstante, fue simplemente recordar y volver a poner en alto lo que el Señor en su Palabra ya había establecido “Y cuando se siente (el rey) sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel” Dt. 17:18-20.
¡¡Que Sabio es el Señor!! ¡¡Que profundo conocimiento del corazón humano!! De estos maravillosos versículos se desprenden varios principios fundamentales que es necesario destacar:
Primero, La centralidad de las Escrituras en la vida del líder. El Señor parte diciendo que la Palabra de Dios ha de ser central en la vida del líder de su pueblo. No es una función más dentro de su liderazgo, sino que para que pueda ejercer la función de guía de su pueblo, su vida ha de estar impregnada por la Palabra de Dios. Dice que debe hacer tres cosas en relación a la Ley; Escribir “para sí” una copia de la Palabra de Dios. Y esto debía hacerlo procurando que lo que escribía era fiel al original, de tal manera que lo que tendría consigo era la bendita Palabra de Dios y no la interpretación de hombres que podrían distorsionar la misma. Esta era la constitución política de su reinado, la razón de ser de su vida, el eje rector de todas sus decisiones. Y lo “tendrá consigo”, como el tesoro más sagrado, más importante que su cetro, más significante que su trono, más trascendente que su corona. Estas cosas eran símbolos externos de su poder, de su reino y de su dignidad real, pero la Palabra de Dios era la que le daba sentido, lo que dotaba de contenido a todo esto. Sin la Palabra el liderazgo es sólo poder sin contenido, autoridad sin propósito y realeza sin dignidad. “Y leerá en él todos los días de su vida” esto es lo tercero que debía hacer el futuro líder del pueblo en relación a la Ley de Dios. Leer la Palabra de Dios incluye meditar, comprender, asimilar y aceptar los dictámenes de ella. Es la sabiduría Divina puesta en un lenguaje comprensible, es la justicia perfecta dada a hombres imperfectos, es la voz infalible del Eterno dada a hombres falibles y finitos. Esto es lo que el líder debe siempre tener claro, no es la sugerencia de un consejero, no es la idea de un filósofo ni la declaración de un científico. Es la infinita, infalible, perfecta y sabia voz del Omnipotente. De tal manera que si la Palabra de Dios no es la que rige la vida de un líder, estamos hablando de un liderazgo carnal, regido por sus propias ideas y vacío de significado. Al respecto, en el día de hoy vemos precisamente un liderazgo que tiene una copia de las Escrituras, la lleva consigo a todas partes y lee en ella cada día. Sin embargo, es solo la apariencia externa. Puesto que la Palabra de Dios no es la razón de ser de su existencia, el tesoro más sagrado de sus posesiones ni la meditación de sus pensamientos. He escuchado de algunos líderes que cuando se les confronta con la Palabra de Dios responden “si, eso es lo que dice la Biblia pero en la práctica no es así” u otros que responden “la Biblia habla de lo que es ideal, pero lo real es diferente y yo vivo la realidad”. Así también hay otros que no tienen problemas para mentir descaradamente y exigir a sus congregaciones que sean veraces. Mientras que otros buscan afanosamente la consejería de libros “cristianos” escritos por expertos que les dicen como ser líderes exitosos y famosos. Usando para ello las estrategias de mercadeo más populares y atractivas del momento. En esta vorágine de modas, estrategias y técnicas de mercado el sabio y oportuno consejo de la Palabra de Dios simplemente pasa desapercibido. Se dice creer y aceptar la infalibilidad, inerrancia y autoridad de la Biblia, pero los hechos niegan absolutamente dicha pretensión. Esto da como resultado una iglesia humanista, inmanente, relativista y egocéntrica, porque para sus líderes la Biblia no es central en sus vidas y ministerios.
En segundo lugar, lo dicho por el Señor en Deuteronomio nos habla de la Finalidad de las Escrituras en la vida del líder. Esto indica que la razón por la cual el rey debía hacer una copia de las Escrituras, llevarla consigo siempre y leerla diariamente era porque ésta tenía un propósito múltiple en la vida del líder que había de afectar al pueblo de Dios en su conjunto. Dicha finalidad es expresada tácitamente en los versos 19 y 20 de Dt. 17, a saber: Primero, “Para que aprenda a temer a Jehová su Dios” Esto nos habla del principio fundamental de una correcta relación con Dios. Sin un sano temor reverente a Dios, todo lo que el líder haga en la obra de Dios es simplemente apariencia y fariseísmo. Salomón dijo que era lo único que no era vanidad y sin sentido cuando afirmó “el fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ecl. 12:13). Pero el temor a Dios no se alcanza de la noche a la mañana. Es, más bien, un proceso antes que un hecho definido y definitivo. Comienza en un conocimiento íntimo de Dios y crece juntamente con la profundización de ese conocimiento, el que, a su vez, sólo puede ser alcanzado cuando las Sagradas Escrituras son centrales en la vida del líder. En el día de hoy, sin embargo, el temor a Dios escasea de forma alarmante entre el liderazgo de la iglesia. Por ello la mentira, la falta de transparencia y la casi nula sinceridad en la vida de los líderes parece ya una situación aceptada y considerada como normal en muchas partes. Hemos perdido la capacidad de asombro ante estas actitudes absolutamente reñidas con las Escrituras. El conocimiento del carácter de Dios es simplemente un asunto intelectual, pero no vivencial. Es teórico pero no práctico. Por ello desde los púlpitos se transmite sólo conocimiento pero sin contenido real. Sin temor a Dios en el liderazgo la religiosidad será más notoria en la iglesia, pero la piedad escaseará más en la vida de las personas. El temor a Dios nos hace más sensibles a la voz de Dios y más sordos al susurro de la carne, del mundo y de Satanás. El temor a Dios se expresa a través de las acciones concretas y es una muestra de obediencia y sumisión a la autoridad de Dios. Así lo dice el mismo Señor a Abraham “Ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.” (Gn. 22:12). Mientras que en Deuteronomio se repite una y otra vez que en la medida en que Israel viva en temor delante de Dios, su caminar será recto y su bendición abundante.
Este es el desafío para la iglesia de hoy, este es el camino extraviado al que debemos volver. Este es el punto de partida de un verdadero avivamiento. Esto es lo que nuestros hijos deben ver en nosotros, esto es lo que ellos deben aprender y vivir “para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley; y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra a donde vais…” Dt. 31:12-13.
El segundo propósito es, al mismo tiempo, una consecuencia natural del temor a Dios, “para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos”. La raíz de la palabra hebrea traducida por guardar significa literalmente “cercar alrededor (como con espinos)” de ahí proteger, cuidar, preservar, atesorar. En los mismos términos el Señor Jesucristo habló a sus discípulos al comisionarlos a ir y hacer discípulos “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20). La palabra griega, en este caso, tiene la misma connotación de la usada en Dt. En términos simples es considerar la Palabra de Dios como un verdadero tesoro, invaluable y trascendente y, consiguientemente, someterse completamente a sus dictámenes. Esto es esencial en la vida de un líder espiritual y en la buena salud de la iglesia de Cristo.
Sin embargo, vivimos en tiempos donde la doctrina bíblica está siendo considerada como causa de división y de conflicto, antes que de edificación y crecimiento espiritual. Por ello muchos líderes han optado por ablandar, ignorar o simplemente prescindir de ella. Así la búsqueda de la “unidad” ha pasado a ser más importante que la verdad, ignorando que la verdadera unidad sólo puede ser posible sobre la base de la verdad. Por otro lado, hay muchos que se adhieren afanosamente a la sana doctrina en la teoría, pero la separan completamente de la vida diaria. De esta manera se crea una especie de ortodoxia teórica sin vida e intrascendente. Así es fácil encontrar en el liderazgo un discurso en las palabras y otro antagónico en los hechos. Una enseñanza bíblica correcta y una vida práctica disociada con dicha enseñanza. ¿Por qué ocurre esto? Porque el temor a Dios se ha ido perdiendo y la valorización de su Palabra como la infalible guía ya no es tal en la vida diaria del liderazgo.
Poco a poco, sin siquiera darnos cuenta, los fundamentos están siendo corrompidos y la que ha de ser “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15) está, lamentablemente, perdiendo su identidad y desviando su propósito. Todo ello porque el liderazgo de esta a olvidado a Quien está sirviendo y ha relativizado la importancia de guardar Su Palabra.
Juntamente con David podemos preguntarnos “si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo? David responde “Jehová está en su santo Templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres… Porque Jehová es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Salmos 11:3, 4 y 7). Sólo la gracia de Dios nos sostiene, sólo su misericordia nos permite mantenernos en pie, sólo su paciencia nos da esperanza. La iglesia le pertenece y el la sostendrá a pesar de nosotros.
Sin embargo, aquello no deslinda nuestra responsabilidad como líderes llamados a guiar la iglesia de Cristo. “Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová; Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos” (Lm. 3:40-41). Cada uno de los líderes llamados a servir unámonos al salmista en su maravillosa oración ¡Ojala fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!… Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin… guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente” (Salmos 119:5, 33, 44). Este sea el genuino deseo de nuestro corazón “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmos 119:11). Guardar la Palabra de Dios es mucho más que memorizar porciones bíblicas. Es procurar que su Palabra sea el motor de nuestra vida y sus principios las cuerdas invisibles que controlan nuestro proceder. Sólo así las iglesias que lideramos volverán a las sendas antiguas, a los caminos de justicia y a glorificar al Señor, nuestro Dios.
El guardar la Palabra de Dios nos lleva, consecuentemente, a obedecerla, “para ponerlos por obra”. Esta era la prueba de fuego para el líder de Israel. Sólo la obediencia irrestricta a las Escrituras evidenciaba si la Palabra de Dios era central en la vida del rey, si realmente temía a Dios y eran los únicos principios que guiaban su vida.
Esta frase era recurrente en el Antiguo Testamento, es un hebraísmo típico que siempre que se usa tiene relación con la obediencia a la Palabra de Dios. En Deuteronomio es donde más se usa (unas 18 veces). Justamente el libro que describe la reiteración de la Ley al pueblo de Israel en circunstancias que dicho pueblo se aprestaba a entrar a Canaán donde debería luchar contra muchas cosas opuestas a la voluntad de Dios.
El obedecer la Palabra por parte del rey traería bendición a todo el pueblo de Dios y los preservaría de ser seducidos y extraviados por la filosofía y las costumbres de los pueblos paganos que los circundaban. Del mismo modo en la actualidad la iglesia está siendo bombardeada por filosofías, ideologías y prácticas absolutamente contrarias a la voluntad de Dios. Estas como un viento imperceptible, al principio, se meten a las iglesias procurando desviar a dichas iglesias de su verdadero propósito. Por ello, se hace imprescindible que aquellos a los cuales el Señor llamó para pastorear su iglesia seamos más consecuentes con dicho llamado poniendo por obra la Palabra de Dios, en nuestras vidas y en nuestros ministerios. Es necesario recordar que el sólo hecho de oír la Palabra de Dios no es suficiente. El mismo Señor Jesucristo lo deja en claro cuando dijo “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Lc. 6:46. Luego relató la parábola de los dos cimientos dejando claro que el que edificó sobre un cimiento estable y permanente es semejante al hombre que “oye mis palabras y las hace” Lc. 6:47. La diferencia radica en la obediencia más que en el oír. En este sentido en la actualidad nos encontramos con dos tipos de líderes. Están los que han optado por dejar la Palabra de Dios como un complemento dentro de la iglesia y no como lo principal. Estos se preocupan por buscar la aprobación de la gente que cada día se interesa más en oír fábulas entretenidas y de satisfacer sus propios deseos que de oír con fe la bendita Palabra de Dios. Por otro lado, están los que mantienen la Biblia en un lugar destacado en sus iglesias, enseñando periódicamente los consejos de Dios, sin embargo ellos mismos, los líderes, no se someten a lo que están enseñando a sus congregaciones.
Nos estamos olvidando que el señor no está buscando eruditos y expertos en teología o técnicos y empresarios para liderar su iglesia, sino a hombres sencillos, sumisos y obedientes a su Palabra, “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” 1 S. 15:22. Las palabras brotan fácil y rápidamente de nuestra boca, pero son los hechos las que las confirman o las niegan. Que nuestra oración sea “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; Afirma mi corazón para que tema tu nombre” Sal. 86:11. Sigamos el ejemplo de Pedro que no sólo escuchó la Palabra de Jesús “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” sino también la obedeció, aun cuando este mandato era contrario a su razonamiento y experiencia como pescador, “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; Mas en tu palabra echaré la red” Lc. 5:4-5. Como consecuencia, Pedro fue bendecido en su trabajo y especialmente en su alma. Sus ojos espirituales pudieron contemplar la grandeza y Santidad de Jesús y como contraste su pequeñez y pecaminosidad. Entonces comenzó el proceso que lo transformaría en un líder según la voluntad de Dios.
Cuando la Palabra de Dios es central en la vida del líder, no hay lugar para el orgullo. Este es otro propósito de la Palabra de Dios “Para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos”. El Señor conoce tan bien el corazón humano y sabe de su tozudez. Por orgullo Lucifer se rebeló contra Dios y tomó su propio camino, por orgullo el hombre se emancipó de Dios. Y este orgullo se manifiesta especialmente cuando se llega a tener poder y autoridad sobre los demás. El orgullo es la fuente de todo pecado y el poder es el que lo enciende. Por ello el rey que gobernaría a Israel debía tener la Palabra de Dios como el eje de su vida, así cuando llegara al poder y en el ejercicio del mismo, nunca olvidaría que Dios es el verdadero Rey. Dios es el verdadero gobernante de su pueblo, los hombres sólo sus siervos. El propio rey de Israel era un siervo del Señor y estaba cumpliendo una función de liderazgo como mandato del Dios Todopoderoso, no por su mérito o capacidad especial, sino por la pura voluntad de Dios que lo eligió.
Un concepto correcto de la Persona de Dios, y por contraste, de nuestra real condición delante de él, proporciona un sentido de humildad adecuado, sin el cual nadie puede ejercer un liderazgo espiritual que glorifique al Señor. El corazón del hombre es el asiento del orgullo, la soberbia y la altivez. Por ello ha de ser quebrantado continuamente para ejercer un adecuado servicio al Señor. Salomón lo dice así “Antes del quebrantamiento se eleva el corazón del hombre, Y antes de la honra es el abatimiento” Pr. 18:12.
Siempre estará la tentación de sentirse superior y más importante que los hermanos a los cuales se está guiando. Nunca hemos de confiar en nuestro propio corazón porque “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá? Jer. 17:9. La autoridad espiritual está dada por la Palabra de Dios y circunscrita a los principios que de ella se desprenden. Por tanto, la insensibilidad a la Palabra de Dios produce líderes orgullosos y autosuficientes que desean enseñorearse de sus hermanos. Podríamos decir que el orgullo es natural en el hombre, mientras que la humildad es sobrenatural.
Un liderazgo que pone al hombre en el centro de su ministerio, saca a Dios del lugar que le corresponde y desvirtúa su razón de ser, que Dios sea glorificado por medio de lo que hace. La iglesia actual es presa de este tipo de líderes que no tienen empacho en elevarse sobre sus hermanos. Es más importante lo que el líder dice u ordena que lo que Dios ha dicho en su eterna palabra. Lamentablemente la mayoría de los creyentes no evalúan Bíblicamente lo que su líder esta enseñando y demandando de ellos. Son más atraídos por su carisma que por su veracidad y consecuencia. En otras ocasiones son seducidos más por los títulos o grado profesional del líder que por su apego irrestricto a la Palabra de Dios y su vida de entrega y humildad. Por ello no es extraño que los hermanos con algún título profesional tomen el liderazgo de nuestras iglesias despreciando la labor del líder que el Señor llamó para tales efectos. Los pastores pasan a ser empleados de segunda mano de los “expertos” que han elevado su corazón sobre sus hermanos, y aun sobre los verdaderos líderes espirituales. Por esto, es importante que los que fuimos llamados a pastorear la grey de Dios estemos siempre conscientes que el orgullo anidado en lo profundo de nuestro corazón, es uno de los principales enemigos de nuestro ministerio. Volvamos al Señor orando juntamente con David “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tu, oh Dios” Sal. 51:16-17. Una evaluación constante de nuestra vida espiritual es esencial para un sano ministerio. Una autocrítica Bíblica es el mejor ejercicio espiritual al que hemos de someternos cada día para no equivocar el camino y guiar al pueblo lejos de la voluntad de Dios. Hemos de estar siempre conscientes de que “Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” Lc. 14:11. Busquemos siempre estar “revestidos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” 1 P. 5:5.

En último término, la Palabra de Dios cumpliría el propósito de guiar y conducir la vida del rey y la de su pueblo por el camino trazado por el Señor. “Ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra”. De las 12 veces que se usa esta frase en toda la Biblia (“a diestra ni a siniestra”) 5 se refiere a no apartarse de la Palabra de Dios. Esto indica que la Palabra de Dios es la que dicta las pautas absolutas, definitivas y determinantes para que, tanto la vida como el ministerio del líder del pueblo de Dios, cumpla con el propósito por el cual fue llamado. En la medida que el rey se sometiera a la ley de Dios, el pueblo aceptaría y reconocería su autoridad como procedente de Dios y no del hombre. Por tanto, si el rey se apartaba del mandamiento dado por Dios perdía su credibilidad y autoridad. El liderazgo espiritual procede de Dios y no de alguna organización, denominación o institución humana. Está regido por las normas de Dios y no por pensamientos o reglas humanas. Y los propósitos que ha de cumplir son los que Dios ha establecido y no lo que los hombres procuren perseguir. Las benditas Palabras que proceden del corazón de Dios son cuerdas invisibles que sostienen la vida del líder, y llenan su corazón de la voluntad de Dios. Estas infalibles Palabras han de guiar la vida de cada uno de los que fue llamado a servir al Señor. De esta manera, las iglesias que cuenten con un liderazgo fiel a las Escrituras existirán para glorificar a su Señor y no para satisfacer la carnalidad y mundanalidad del hombre.
No obstante, no es este tipo de liderazgo el que más abunda en la actualidad. Y por esta razón las iglesias están más preocupadas de entretener a las personas, antes que de edificarlas en la verdad desafiándolas a una vida de entrega y consagración al Señor. ¿Por qué? Porque el liderazgo está más preocupado de buscar la gloria y la aceptación de los hombres, antes que la gloria y la aprobación de Dios. ¿Cuál es el origen del problema? El que el liderazgo se ha apartado a diestra y a siniestra de la Palabra de Dios. Ya no se parte de un principio Bíblico para analizar la conveniencia o la inconveniencia de algún programa de la iglesia. Al contrario, se parte de un programa derivado del mundo y se determina su aplicación en función de sus resultados. Esta filosofía Maquiavélica donde el fin justifica los medios está confundiendo y desviando a la iglesia peligrosamente. Algunos líderes al ser consultados sobre porque se permite a los jóvenes tantas libertades en cuanto a la música, responden “yo prefiero un joven en la iglesia antes que uno en la discoteca”. Lo que estos líderes no piensan es que un joven con convicciones y una sólida base en las Escrituras jamás cambiaría la iglesia por una discoteca. Entendería la diferencia entre edificación y entretención. Y la diferencia entre lo que desea y lo que realmente necesita. Una pregunta pertinente para el día de hoy sería ¿La iglesia está siendo guiada por la Palabra de Dios o por la filosofía del mundo? La respuesta a esta pregunta depende de si la Palabra de Dios es central en la vida del líder o simplemente una escusa para seguir llamándose cristiano. Sería bueno traer a la memoria las palabras del profeta Isaías “¡A la ley y al testimonio Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido!” Is. 8:20.
En los tiempos del profeta Jeremías se daba mucho este tipo de liderazgo que estamos viendo hoy. Los profetas más famosos y de mayor aceptación eran los que decían al pueblo lo que estos querían oír. Los menos populares y generalmente rechazados por el pueblo eran los que proclamaban fielmente la Palabra de Dios, uno de ellos era Jeremías precisamente. Eran tiempos de decadencia, confusión y deterioro espiritual entre el pueblo de Dios. Esto es lo mismo que está pasando hoy en la iglesia.
Recapitulando todo lo dicho, se puede afirmar que la confusión en la que está inmersa la iglesia en la actualidad es producto de la confusión del liderazgo. Debido a que se ha perdido la sensibilidad espiritual, puesto que las Escrituras han dejado de ser centrales en la vida del líder. Esto ha traído como consecuencia la pérdida de temor a Dios, la indiferencia a su Palabra o la desobediencia a la misma. Por ello, hay más señores en la iglesia actualmente y menos siervos. Se está sacando a Dios de la escena y esta siendo reemplazado por el hombre. La filosofía del mundo dicta los principios sobre los cuales se mueve la iglesia y no la Palabra de Dios. Esto ha permitido que tengamos hoy una iglesia exitista, que busca solo la aprobación del mundo. Inmanente, puesto que ha perdido su carácter trascendente poniendo la mira en las cosas de la tierra y no en las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col. 2:1,2). Y humanista, regida por los deseos del hombre y no por la voluntad de Dios.
El cuadro no es muy alentador, no obstante ser realista, sin embargo la promesa del Señor sigue vigente. “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades NO PREVALECERÁN CONTRA ELLA” Mt. 16:18. Esta certeza nos alienta y motiva a volver a ser la iglesia que Cristo quiere, la esposa sin mancha ni arruga, la novia ataviada con ropas de santidad que él volverá a buscar. Para ello hemos de volver reverentes a la Palabra del Señor y decir como Samuel “Habla porque tu siervo oye” 1 S. 3:10. Y como Esdras preparar nuestro corazón “… para inquirir la ley de Jehová…” examinar nuestro ministerio sobre la base de las Escrituras. Revisar nuestra vida si es coherente y consecuente con la Biblia y tomar la decisión de someternos a ella absolutamente y sin condiciones. Una vez que la Palabra de Dios sea una vivencia en mi vida, entonces proclamarla con autoridad y convicción, “… y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” Esd. 7:10. Esto traerá como consecuencia una iglesia fiel que trabaja para agradar a Dios y no a los hombres, Trascendente que no mira las cosas que se ven “… sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” 2 Co. 4:18. Una iglesia Cristocéntrica que ha entendido que Cristo “… por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” 2 Co. 5:15.

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” Sal. 139:23-24. Deseo de todo corazón que esta sea nuestra oración constante como siervos del Señor llamados a guiar a aquellos que El ganó con su propia sangre.

Doulos

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