lunes, 6 de abril de 2009

La Iglesia Actual frente a la Biblia

Los médicos recomiendan que después de una cierta edad los pacientes se hagan chequeos periódicos con el fin de detectar cualquier mal funcionamiento del organismo que pueda provocar alguna enfermedad con consecuencias fatales. Del mismo modo, es necesario chequear permanentemente el estado de la iglesia del Señor Jesucristo con el fin de evitar cualquier desviación que aleje a esta de su propósito esencial.
Así como la medicina cuenta con instrumentos y tecnología apropiada para detectar casi cualquier anomalía en el cuerpo humano, la iglesia del Señor Jesucristo dispone de un instrumento inigualable, inerrable, infalible y todo suficiente para evaluar objetivamente la salud espiritual del cuerpo de Cristo, su iglesia. Este instrumento es la Biblia.
Por consiguiente, la Palabra de Dios se constituye, ella misma, en el parámetro perfecto para saber si la iglesia de Cristo está cumpliendo el propósito para el cual fue establecida o, en su defecto, se está desviando de la voluntad de Dios.

En este sentido hemos de volver nuestra mirada miles de años atrás y escuchar la voz de Dios en el desierto por medio de Moisés:
“No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.” Dt. 4:2

Este sólo versículo bíblico establece tres principios que constituyen el mejor espejo delante del cual ha de presentarse el pueblo de Dios. El guardar dichos principios augura un buen diagnóstico espiritual, mientras que el transgredirlos indica serios problemas en la salud de la iglesia.
Estos tres principios aparecen en diferentes formas en toda la Biblia implícita o explícitamente, pero destaca en tres lugares especialmente. En el Edén, son transgredidos con nefastas consecuencias para el ser humano (Gn. 3:1-6) y se transforma así en una advertencia para cada persona, en el desierto son una advertencia para Israel (Dt. 4:2) y en Patmos (en la Revelación a Juan) son una advertencia para la Iglesia (Ap. 22:18-19).

Primero, la prohibición de añadir a la Palabra de Dios. Esta prohibición apunta a advertir acerca de dos peligros potenciales que el pueblo de Dios enfrenta al considerar la suficiencia de la Palabra de Dios. El primero es interno, propio de la naturaleza humana, y tiene que ver con la tendencia del corazón humano a no conformarse con lo dicho por Dios. Esto es lo que la historia subsiguiente de Israel deja de manifiesto en la actitud de los judíos que añadieron una gran cantidad de reglas, mandatos y prohibiciones que transformaron la religión judía en un formalismo frío, ritualista y sin vida, lejos de la voluntad de Dios. Es la razón por la cual el Señor Jesucristo dijo a los fariseos “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrina mandamientos de hombres.” (Mt. 15:7-9). La tendencia de añadir a la palabra de Dios ideas y reglas humanas tiene que ver con un aspecto más racional y formal.

Sin embargo, existe otra forma, no menos dañina que la expuesta, de añadir a la Palabra de Dios, arraigada esta última en el sentimiento y la experiencia mística. Esta se caracteriza por añadir nuevas revelaciones directas de Dios a ciertos individuos escogidos especialmente para ser el canal a través de los cuales Dios habla, supuestamente. Este tipo de añadidura la encontramos en los tiempos de los profetas cuando muchos decían hablar en nombre del Dios de Israel. Respecto de estos Jeremías denuncia “Así a dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová… No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, más ellos profetizaban… Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé." (Jer. 23:16, 21, 25).

El Segundo peligro que el pueblo de Dios enfrenta también tiene que ver con el disconformismo con la suficiencia de la Palabra de Dios, pero, a diferencia del anterior, este apunta a un factor externo.
Israel estaba a punto de entrar a tomar posesión de la tierra prometida, cuyos habitantes naturales tenían una filosofía de vida absolutamente contraria a la que Dios había establecido para su pueblo. Espiritual, moral y socialmente la cultura de los pueblos cananeos era totalmente pervertida. Por consiguiente, Israel estaría en un constante peligro de añadir a la pura y perfecta Palabra de Dios algo de la filosofía de los pueblos en cuestión. Constituyendo así una mezcla o sincretismo perjudicial para la vida del pueblo de Dios.
La influencia de los pueblos paganos y la asimilación de sus costumbres por parte de Israel traería como consecuencia la pérdida de identidad y de propósito para el pueblo del Señor. Y esto es lo que lamentablemente pasaría en Israel. En los tiempos de Samuel, los líderes del pueblo demandan “Constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 S. 8:5). Aquí se ve como Israel, al observar las costumbres de las naciones paganas, respecto al sistema de gobierno en este caso, desean vivir de la misma forma. Con esto desechaban el gobierno que Dios había establecido para ellos (1 S. 8:7) perdiendo su singularidad como nación y desvirtuando su propósito como pueblo de Dios. En lo sucesivo añadirían muchas otras costumbres paganas que degenerarían en un deterioro progresivo en su vida espiritual, moral y social (Jer. 7:17,18; Ez. 8:7-17).

Al aplicar este principio de no añadir a la Palabra de Dios a la iglesia actual se pueden apreciar, al menos, tres tendencias o movimientos dentro de la iglesia que son una clara muestra de que esta está perdiendo su rumbo.
Estos son: El Legalismo, el espiritualismo (carismatismo) y el sincretismo.

El Legalismo, es propio de las iglesias que confunden el celo por las cosas de Dios, que es algo sano y deseable, con el celo por guardar reglas y enseñanzas que no brotan de las Escrituras. Dichas enseñanzas pretenden, muchas veces, hacer más estricto el cumplimiento de los preceptos divinos. Sin embargo, al igual que los fariseos, se cae en el error de transformar dichas reglas en doctrina añadiendo así preceptos humanos a los Revelados por el Espíritu Santo en su perfecta Palabra. De tal manera que, con el tiempo, estas reglas pasan a constituir lo esencial dejando de lado lo verdaderamente relevante que es la Palabra de Dios.
La mayoría de las veces estas normas tienen que ver más con la apariencia externa, y por tanto irrelevante, que con lo interno y fundamental. La evaluación que se hace en este tipo de iglesia tiene que ver con el cumplimiento de las normas de la denominación más que con la obediencia a la Palabra de Dios. Así las cosas, el creyente más consagrado es el que cumple con el ritual, y no el que evidencia una mayor transformación de su carácter cristiano. Todo esto trae como consecuencia un cristianismo exteriormente formal y ritualista pero interiormente vacío y sin vida.
Lamentablemente el legalismo esta presente, en mayor o menor medida, en prácticamente todas las iglesias cristianas. Por ello es muy importante que cada creyente esté evaluando constantemente su vida a la luz de la Palabra de Dios y aplicando este principio para detectar tendencias como la expuesta que dañan a la iglesia y entrampan el desarrollo de la obra del Señor.

El Espiritualismo (Carismatismo) esta tendencia o movimiento se ha insertado, de una u otra manera, en la mayoría de las iglesias evangélicas de nuestros tiempos. Y es propia de los que no se conforman con lo revelado por Dios en los sesenta y seis libros inspirados por el Espíritu Santo, sino que están en una constante búsqueda de nuevas revelaciones por medio de sueños, profecías y visiones que muestren la voluntad de Dios a sus vidas o iglesias.
Este tipo de añadidura a la Palabra de Dios ha traído como consecuencia un desprecio por la Revelación dada por Dios en las Escrituras. Y un aumento creciente de liderazgos movidos más por la avaricia y el ansia de poder que por hacer la voluntad de Dios. A estos últimos pertenecen algunos famosos y multimillonarios líderes que a través de la televisión recaudan grandes sumas de dinero para su propio provecho y el crecimiento de sus “ministerios” que hacen mercadería de los ingenuos “creyentes” (2 P. 2:1-3). En Internet se pueden encontrar sus blasfemas declaraciones y la manifestación de sus pretendidos dones espirituales erróneamente atribuidos al Espíritu Santo. Existen muchos videos que los dejan en evidencia y exponen sus verdaderos intereses.
Pero esta tendencia o movimiento no sólo se circunscribe a estos famosos “ministerios”. Este énfasis en nuevas revelaciones es el que a lo largo del tiempo a dado a luz a muchas sectas heréticas y que hoy sigue desviando a la iglesia de Cristo de su propósito esencial. Lamentablemente muchas iglesias que en su tiempo basaron su doctrina y práctica solo en la Biblia, en el día de hoy han cedido a esta fuerte corriente carismática. Con el argumento que las iglesias que sólo tienen la Biblia como regla de fe y conducta son iglesias muertas y que no tienen el Espíritu, han entrado y desviado a muchos buenos creyentes cuya fe hoy descansa más en la satisfacción de sus necesidades físicas (sanidad) y emocionales del momento que en los hechos inmutables de la Palabra de Dios. Así hoy se habla de la expulsión de demonios a los creyentes, de los sueños a través de los cuales Dios habló o las visiones hasta del cielo o el infierno que supuestamente Dios les mostró.
Sí confrontamos estas nuevas “revelaciones” subjetivas con la objetiva y suficiente Palabra de Dios se puede apreciar lo insensato y perjudicial que son este tipo de añadiduras (2 P. 1:19-21).

El Sincretismo al igual que los anteriores esto también cae dentro de la categoría de añadidura a la Palabra de Dios. Pero, a diferencia de ellos, el sincretismo está dado por como la iglesia cede ante la presión de un elemento externo a ella, filosofía, creencia, costumbre, que se mezcla con la Palabra de Dios y llega a constituir una doctrina.
Esta tendencia sincrética se aprecia a través de toda la historia de la iglesia, siendo la más evidente la de los tiempos de Constantino cuando el Cristianismo es declarado oficialmente la religión del Imperio Romano. Allí se introducen a la iglesia una serie de creencias y costumbres paganas que pasan a formar parte, hasta el presente, de la doctrina oficial de la iglesia Católica.
Pero, lamentablemente, no es sólo parte de la historia sino también del presente. En el día de hoy son las filosofías orientales propias del Hinduismo y el Budismo, entre otras, las que se han mezclado con las doctrinas bíblicas. Ejemplo de ellos son la confesión positiva, la oración de poder, la palabra de poder, etc.
También la sicología ha entrado fuertemente a la iglesia y modificado el actuar de esta, introduciendo técnicas de consejería basadas en el humanismo y no en la Biblia. Algunos ingenuamente piensan que el cristianismo bíblico y la sicología son compatibles y complementarios. Estos propenden a mezclar el humanismo con el cristianismo lo cual es imposible.
Por otro lado, el naturalismo científico y la nueva ciencia (física cuántica especialmente) también han empujado a muchos en la iglesia a creer que son hechos objetivos y no teorías lo que presentan los científicos a través de los medios de comunicación. Por lo mismo han aceptado como verdades estas teorías y hacen esfuerzos por compatibilizarlas con las Escrituras. Por ello no es extraño que alguien en la iglesia crea en la evolución y en la creación al mismo tiempo (evolución teísta) o piense que no hay diferencia entre los animales y los seres humanos, o crea y practique la ecología profunda que deifica a la naturaleza, entre otras cosas.
En esta lista no podría faltar el humanismo que está socavando las mismas bases del cristianismo. Esta filosofía que declara “el hombre, por el hombre y para el hombre” está desviando a la iglesia de su camino y pervirtiendo su propósito. Los creyentes están cambiando el concepto bíblico de Dios de acuerdo a su conveniencia. De esta manera ya no es la voluntad de Dios la que importa, sino mi voluntad. No soy yo el que debo estar al servicio de Dios, sino Dios el que debe estar a mi servicio. La oración ya no es una petición confiada, sino una orden imperiosa que doy a Dios. Del mismo modo, la iglesia ya no está para glorificar a Dios por medio de la edificación y la evangelización, sino que está para mi propio beneficio personal. De este modo las iglesias que deseen tener muchos miembros deben satisfacer las egoístas demandas de la gente y olvidarse de las justas demandas de Dios (Lc. 14:25-33; 2 Co. 5:15; Ga. 2:20; 6:14, etc.).

La iglesia es Cristocéntrica en esencia y jamás antropocéntrica. Por tanto, es Cristo su razón de ser, Su Palabra la infalible guía y, la gloria de Dios su propósito.
En síntesis, el sincretismo es añadir a la Palabra de Dios creencias, filosofías, costumbres y prácticas contrarias o contradictorias con la misma. La mezcla resultante de esta añadidura es nociva para la iglesia de Cristo y perjudicial para la consecución de su propósito.

Por tanto, el legalismo, el espiritualismo (carismatismo) y el sincretismo son verdaderos tumores espirituales presentes en el cuerpo de Cristo que deben ser detectados y extirpados antes de que se diseminen por todo el cuerpo y terminen por debilitar e incapacitar a la iglesia impidiendo así que cumpla su propósito.

El segundo principio es la prohibición de quitar o disminuir de la Palabra de Dios. La raíz de la palabra hebrea que se traduce por disminuir significa “raspar, rasquetear; por implicación “afeitar, remover, disminuir o retener” (Nueva Concordancia Strong Exhaustiva; Diccionario de Palabras Hebreas y Arameas, nº 1639). Esto muestra un descontento, un disconformismo con la Palabra de Dios que se traduce en quitar de la Biblia algo con lo que la persona no esta de acuerdo. Por tanto, “raspa, afeita, remueve o retiene parte de la Palabra de Dios de acuerdo a su propio criterio y conveniencia.
El experto en esto es el mismo Satanás. Quién enfrentó a Jesús en el desierto usando la Palabra de Dios. En Mateo 4:1-11 se relata este episodio y se aprecia como cita del libro de los Salmos en forma parcial y sólo lo que servía a sus propósitos; “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.” A lo cuál Jesús replicó “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.”(Mateo 4:6-7) Nótese como Satanás enfatiza lo que le conviene, y, al mismo tiempo retiene lo que no le servía dadas las circunstancias. Sin embargo Jesús va al punto y, ataca y desnuda las verdaderas intenciones de su enemigo.
De igual modo, y siguiendo a Satanás, las sectas heréticas enfatizan textos que, sacados de contexto, parecen apoyar sus doctrinas, y dejan de lado los que los contradicen directamente.
Sin embargo, no sólo es propio de estos grupos heréticos, sino que esta misma tendencia, quizás no con la misma intención pero igualmente peligrosa, se esta dando en las iglesias evangélicas. Al respecto me parece oportuno citar al ilustre A. W. Tozer que, en su libro, “Caminamos por una Senda Marcada”, Editorial Clie, 1988, dice “La propensión a la Herejía no se limita a las sectas. Por naturaleza, todos somos herejes. Los que nos consideramos dentro de la tradición histórica de la sana doctrina podemos, en nuestra práctica real, llegar a ser herejes de algún tipo” (cap. 19, pag. 61). Tozer escribió hace ya muchos años pero lo que dice es hoy una realidad. Los creyentes cada vez más seleccionan ciertos pasajes de las Escrituras, los más convenientes y consoladores y dejan de lado los otros que, generalmente, los desafían o desnudan su verdadera realidad espiritual. Así es muy fácil encontrar versículos como “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13), “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”(Is. 41:10) aprendidos de memoria o convenientemente pegados en las paredes de las casas de los creyentes. Sin embargo, pocas veces se pueden encontrar textos como los de Lucas 14:25-33 que son un verdadero desafío y plantean un alto costo para el que desea seguir a Cristo. O Romanos 12:2 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Esta misma tendencia se ha traspasado a los púlpitos. De tal manera que las predicaciones mejor recibidas por las congregaciones son las que los consuelan o alientan, no así las que los desafían y exhortan a tomar decisiones radicales para vivir una vida más consagrada y que glorifique a Dios.
A ningún padre se le ocurriría asignar a su hijo una dieta de puros dulces, esto no le permitiría nutrirse adecuadamente. Del mismo modo, el Señor desea que sus hijos puedan nutrirse convenientemente para un mejor crecimiento y fortalecimiento. Y la única manera de lograr esto es considerando todo el consejo de Dios, (Hch. 20:27) sin quitar ni retener nada de lo que nos sea útil. Y en este sentido “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y Útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”(2 Ti. 3:16).
En consecuencia, el quitar o retener parte de la Palabra de Dios a nuestro arbitrio y de acuerdo a nuestra conveniencia es desviarse peligrosamente del camino trazado por el Señor en su Perfecta Revelación.

Ante este principio la iglesia actual se aprecia enferma de parcialidad e indulgencia ante la Palabra de Dios. Y requiere, por tanto, un cambio profundo que le lleve a apreciar la suficiencia e integridad de la Palabra de Dios y la necesidad de tomar todo su consejo para la sanidad del cuerpo espiritual de Cristo, su iglesia.
El disconformismo con la suficiencia de la Biblia como Revelación absoluta y definitiva de la voluntad de Dios es el germen de la pérdida de identidad y finalidad de la iglesia

El tercer principio de Dt. 4:2 está dado positivamente y como una exhortación a obedecer la Palabra de Dios. De hecho, todo el contexto en el cual está inserto este versículo habla de obediencia. Es más, toda la Biblia exhorta a la obediencia. Por ello, es natural que Dios a través de Moisés reitere al pueblo de Israel la imperiosa necesidad de obedecer sus preceptos, especialmente en el contexto en que se da esta exhortación.
La obediencia irrestricta a la Palabra de Dios evitaría, al menos, tres peligros potenciales con los que tarde o temprano se enfrentan las personas en el momento de tomar decisiones importantes en su vida.

El peligro de escuchar y obedecer la voz de su propio corazón. Es, probablemente, la tendencia natural de cada persona. Y Dios conoce perfectamente lo más íntimo del corazón humano. Por ello, a través de Moisés dice “Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bodes de sus vestidos, por sus generaciones… para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra; y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos, en pos de los cuales os prostituyáis” (Nm. 15: 38-39). Claramente aquí el Señor contrasta la importancia de la obediencia a su Palabra con lo nefasto de obedecer la voz del corazón humano (cp. Dt. 8:14,17; Pr. 3:5; 16:9; 19:21; 28:26). Los pilotos de aviones con muchas horas de vuelo en forma continua, en ocasiones, sufren un problema que se denomina el vértigo del piloto. Este consiste en que en un momento dado el piloto pierde la orientación y sus sentidos lo guían en forma equivocada. Ante esta situación el piloto tiene dos opciones, seguir los dictámenes de sus sentidos u obedecer las indicaciones de los comandos del avión, aun cuando estos últimos se contradigan con lo que él piensa que es correcto. Evidentemente si sigue lo que sus sentidos dictaminan con toda seguridad perderá el rumbo. Así es toda persona que obedece la voz de su propio corazón y no la infalible Palabra de Dios.
El Señor describe en forma perfecta como es el corazón del hombre a través del profeta Jeremías declarando “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón…” (Jer. 17:9-10). Y el Señor Jesucristo dijo que del corazón del hombre “salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:19). Por consiguiente, es insensato seguir los dictámenes de nuestros corazones pues nos conducirán por un camino equivocado. La única forma de evitar esto es obedecer sólo lo que Dios ha establecido en su Palabra perfecta.

El segundo peligro, del que libra la obediencia a la Palabra de Dios, es escuchar y obedecer la voz del mundo. Entendido esto como el seguir las filosofías, costumbres y pautas que la sociedad acepta y dictamina como correctas.
Respecto a esto el Señor Jesucristo hizo una diferencia entre el mundo, entendido como la humanidad en general y el mundo, entendido como el sistema filosófico que guía y conduce a esta humanidad. En su oración de Juan 17, antes de ir a la cruz, intercediendo por los suyos dijo “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo (sistema filosófico e ideológico que conduce a la humanidad) no ruego que los quites del mundo (la humanidad en general) sino que los guardes del mal” (Jn. 17:14,15). Esto muestra que el creyente genuino siempre está en una lucha para no conformarse a este sistema que la sociedad le impone (Ro. 12:2), puesto que no pertenece a este mundo (Jn. 17:16), no obstante que es parte de la humanidad como ser humano y, responsable de cumplir el papel que Dios le asignó como ciudadano de este mundo (Jn. 17:18). Por ello, el Espíritu Santo, a través del apóstol Juan, exhorta “no améis al Mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios (obedece la Palabra de Dios) permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17).

Y, el otro peligro potencial, del que protege la obediencia a la Palabra de Dios, es escuchar y obedecer la voz de Satanás. Probablemente nadie, conscientemente, admitiría la obediencia a este ser espiritual de maldad. Sin embargo, la misma Biblia muestra ejemplos de personas que cayeron en esta situación. El caso más evidente es el de Eva, en el Jardín del Edén (Gn. 3:1-6) o el de Judas Iscariote (Lc. 22:3) el que entregó a Jesús. A estos se podría añadir el caso de Ananías y Safira (Hch. 5:1-4) al comienzo de la iglesia. Pero sobre todo se debe escuchar la clara advertencia el Espíritu Santo en 1 Timoteo 4:1 “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios”. Se puede apreciar que la advertencia es para los postreros días o, dicho de otra manera, para los últimos tiempos. Y es precisamente el tiempo en el cual vivimos hoy.
Cada uno de los peligros comentados precedentemente son una clara advertencia a la iglesia de Cristo. La falta de obediencia a la Palabra de Dios trae consigo la falta de discernimiento espiritual. Lo cual, a su vez provoca confusión en el seno de la iglesia. No es difícil encontrar en las congregaciones evangélicas discusiones que comienzan con un “yo pienso, yo creo, a mi me parece”, lo que demuestra que el creyente está más dispuesto a oír y obedecer la voz de su propio corazón antes que la de Dios. De la misma forma ya parece no haber una clara distinción entre el mundo y la iglesia. Es casi imperceptible la línea demarcatoria entre estos dos entes. La iglesia está siendo guiada por la filosofía e ideología de este sistema mundano porque se ha olvidado de la Palabra de Dios. Por ello, también ha perdido su fuerza y poder espiritual para impactar al mundo perdido con el evangelio de Jesucristo. Lo que la iglesia dice con su boca no es lo mismo que lo que dice con su vida. Su testimonio está siendo cuestionado y su inconsecuencia ha desvirtuado su mensaje.
Por otro lado, supuestos ungidos de Dios blasfeman públicamente el nombre de Cristo. Demostrando así que están escuchando y obedeciendo la voz de Satanás y no la de Dios. Establecen doctrinas de demonios que hacen pasar como enseñanza cristiana. Así desvían a la gente del camino recto y llevan a multitudes a la perdición. Esta es la apostasía de la que habló el Espíritu Santo de Dios por medio de su Palabra. La gente no prueba los espíritus si son de Dios, desobedeciendo la instrucción del apóstol Juan “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Jn. 4:1). El desconocimiento o la indeferencia ante la Palabra de Dios no les permite discernir y, por ello, cae presa de estas doctrinas de demonios disfrazadas convenientemente de cristianas.

Es triste constatar que aunque hay iglesias que no añaden a la Palabra de Dios ni quitan de ella, no obstante tampoco obedecen a la voz de Dios. Así se puede llegar al conformismo de tener en una declaración de fe la doctrina ortodoxa y sentirse satisfecho con ello, sin embargo no vivir dicha doctrina en la práctica. Cayendo así en la contradicción de ser una iglesia viva en doctrina y muerta en práctica. Lamentablemente esta es la condición en la que están muchas iglesias fundamentales.

Cito nuevamente a A. W. Tozer, “Tenemos que tener una nueva reforma. Tiene que darse una rotura directa con esta pseudoreligión irresponsable, hedonista y paganizada que pasa en la actualidad por la fe de Cristo y que está siendo esparcida por todo el mundo por hombres no espirituales empleando métodos no escriturales para lograr sus fines.
Cuando la iglesia de Roma apostató, Dios movió la reforma. Cuando la reforma declinó, Dios levantó a los Moravos y a los Wesleys. Cuando estos movimientos comenzaron a morir, Dios suscitó el fundamentalismo y los grupos de “vida más profunda”.
Y ahora que estos, casi sin excepción, se han vendido al mundo… ¿Qué vendrá a continuación?” (“Caminamos por una Senda Marcada” A. W. Tozer, Ed. Clie 1988, pag. 127 y 128).


Ante este tercer principio, el de la obediencia a la Palabra de Dios, la iglesia actual evidencia síntomas inequívocos de deterioro espiritual. El diagnóstico no es alentador aunque su pronóstico puede ser totalmente diferente si sólo volviera a las sendas antiguas, la de la obediencia a la bendita Palabra de Dios.

La misma Palabra, que hace evidente la verdadera condición de la iglesia actual, es la que también trae el remedio preciso para la restauración del cuerpo de Cristo. Y este remedio no es otro que la sencilla obediencia a la Palabra de Dios. Esto fue lo que dijo Samuel a Saúl “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios…” (1 S. 15:22).

No son los espectáculos religiosos los que despertarán a la iglesia de su sopor. Ni las estrategias las que la encausarán en la senda recta. Ni el legalismo con sus reglas que brotan de la mente de los hombres, tampoco el carismatismo con sus pretendidas revelaciones adicionales, menos aun el sincretismo religioso y su confusa mezcla. De ninguna manera será la nefasta practica de seleccionar de las Escrituras sólo lo que conviene al creyente dejando de lado todo lo que lo corrige, desafía y demanda. Bajo ninguna circunstancia será la doctrina que sólo llega a la mente e inflama el orgullo del creyente sin transformar su vida el que permita que la iglesia de Cristo vuelva a resplandecer en medio de este mundo.
Es la obediencia y sólo la obediencia a la Palabra de Dios. En palabras del autor del himno:

“Para andar con Jesús no hay senda mejor que guardar sus mandatos de amor, obedientes a El siempre habremos de ser y tendremos de Cristo el poder. Obedecer, y confiar en Jesús, es la regla marcada para andar en la luz”.


Doulos

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